El curador de arte José Roca viajó a la Base Chocó para conocer los procesos que se gestan desde MaMa, experimentando así lo que significa realizar una «residencia” en un lugar como Chocó y permitir que el lugar exprese sus necesidades. El texto Residencia, experiencia, sitio es resultado de esta experiencia y fue publicado en el libro Nowhere (Ningún Lugar).

 

Residencia, Experiencia, Sitio

Por José Roca

En las dos últimas décadas, el énfasis del arte pasó del objeto al proceso, y de allí a la interacción con el público. ¿Será que el énfasis en la experiencia es lo que está por venir? Toda tendencia artística se agota, pero no porque deje de ser intrínsecamente significativa, sino porque al generalizarse pierde con- tundencia y capacidad de sorprender. Al constatar la profusión de espacios llamados alternativos, y con la aparición masiva de proyectos de residencia en sitios urbanos y rurales, parecería que hay un interés generalizado en un arte más íntimamente contextual, que surge de la relación del artista con el lugar y que no necesariamente tiene sentido fuera de este. De hecho, al valo- rar más la experiencia que el resultado, se cuestiona si el fin último del artista es producir arte, o si la experiencia de vida, la interacción con los anfitriones, y la red de relaciones que deja residuos ínfimos que sobreviven con menos intensidad en el registro que en las memorias compartidas, constituyen en sí mismos un resultado válido, tal vez, un resultado hasta más concreto y deseable que un objeto artístico.

En junio de 2012 estuve con mi familia en Nuquí, Chocó, el lugar en donde se alojan los participantes de las actividades organizadas por la Fundación Más Arte Más Acción. A pesar de que sus dos gestores, Fernando Arias y Jonathan Colin, provienen del arte, el perfil de las actividades de la fundación no está restringido al campo artístico, sino que es multidisciplinario, involucrando hasta ahora a bailarines, coreógrafos, documentalistas, escritores, periodis- tas, gastrónomos, antropólogos, trabajadores sociales, artistas y curadores. Mi visita tenía varios propósitos. De una parte, como director de un espacio artístico con énfasis en la relación entre arte y naturaleza, www.arteflora.org, me interesaba ver cómo funcionaban las residencias de la Fundación Más Arte Más Acción, con la cual estamos estableciendo un convenio de colaboración. De otra, quería ver el magnífico paisaje del Chocó, históricamente alejado del resto del país por sus condiciones geográficas, climáticas, raciales y políticas. A pesar de que en la última década se ha incrementado el turismo hacia esta parte relativamente inexplorada del territorio nacional, aún sigue siendo un lugar de difícil acceso para la mayoría de los colombianos.

Lo primero que me impresionó fue la cercanía entre la selva y el mar. A pesar de conocer la región Caribe colombiana, y de haber visitado selvas y bosques tropicales en Colombia, Brasil y otros países de centro y Suramérica, nunca había sentido de manera tan palpable la tensión entre dos fuerzas naturales, haciendo aún más evidente lo precario (e intrínsecamente pretencioso) de cualquier intervención humana.

Más que crear un lugar ex nihilo, Arias y Colin han sabido adaptarse a las condiciones del sitio que los recibió, la comunidad de Guapi y las poblaciones cercanas, y han tenido la sabiduría de no intentar cambiarlo para adecuarlo a las necesidades del arte contemporáneo. Sobre todo teniendo en cuenta que esta categoría resulta completamente arbitraria en un sitio en donde las necesidades urgentes y presentes son otras.

Pero si la cultura es una necesidad básica, como afirma el lema de la Fun- dación Prince Claus, las preguntas cuando confluyen dos formas de ver el mundo serían: ¿Cuál cultura?, ¿la cultura de quién? Arias y Colin han sabido entender las complejidades de intervenir en un contexto frágil, y en ese sen- tido, más que formular preguntas foráneas a la realidad del lugar, han optado por responder al contexto que los acoge. Y le han pedido a sus convidados que intenten hacer lo mismo.

Un ejemplo de ello fue la experiencia con el artista holandés Joep van Lieshout, cuya práctica bajo el nombre Atelier Van Lieshout es bien conocida en el medio internacional del arte contemporáneo. El artista llegó al Chocó con una idea muy bella: colocar un perfecto cubo blanco de fibra de vidrio en me- dio de la selva chocoana, que resaltara por contraste la exuberante vegeta- ción con la cual es imposible competir. Pero al llegar al sitio, la racionalidad y las ideas preconcebidas se deshicieron literalmente con la humedad del 90 por ciento y la presencia apabullante de los sonidos, olores, colores, fauna y flora de la selva y el mar Pacífico. Tras un periodo de vacío creativo, Van Lieshout dejó que el lugar le hablara. Mirando con atención el terreno, descubrió un enorme tronco caído. Su base había sido retirada décadas antes por la comu- nidad para tallar una canoa, y el resto del tronco reposaba en la ladera de la montaña. La copa del árbol estaba en voladizo, y una de sus ramas caía hasta el suelo, como un apoyo. El artista entendió lo que el sitio le estaba diciendo: lo que no surja de la naturaleza misma le es extraño; hay que dejar que ella sirva de sustento. Van Lieshout lo hace metafórica y literalmente: el tronco es a la vez la base y la espina dorsal de una plataforma techada, que sirve ahora como lugar de residencia. La Base Chocó, como ha sido bautizada la casa proyectada por Van Lieshout, fue realizada por trabajadores locales a partir de algunos bosquejos del artista, deliberadamente vagos e imprecisos. Él dejó un gran margen de interpretación para que el proyecto pudiera ser comple- tado por aquellos que conocen más la naturaleza de los materiales locales, el clima extremo, y cómo cambian los usos del lugar según el momento y las circunstancias. Como afirma Richard Sennett en El artesano, “la mano pien- sa”. Y los artesanos, al construir la casa, incorporaron su pensamiento en el hacer. De allí la increíble fuerza de esta plataforma, que va más allá de lo for- mal, lo conceptual y demás aspectos con que se evalúan convencionalmente las obras —¿o diríamos productos?— de diseñadores, arquitectos y artistas.

Permanecer en Base Chocó es estar conectado con la naturaleza, cuya presencia se siente a través del tronco que aún reposa en la tierra. Haber tenido esta experiencia me hizo revisar mi propia actitud frente a la relación arte- naturaleza. Una primera evidencia es que la ecuación debe ser ampliada: arte- naturaleza-sociedad. El uso que hacen las comunidades nativas de lo que les brinda la tierra se basa en la conciencia que una sobre-explotación en el presente, resultaría una carencia en el futuro. En ese sentido, sustentabilidad deja de ser un concepto y se convierte en una estrategia de supervivencia.

Revisando la idea de la residencia artística, pienso que la única actitud éticamente viable (y probablemente más productiva) surge de aceptar que el saber propio no es automáticamente trasplantable; de escuchar lo que tienen que decir quienes viven en el sitio (y de escuchar al sitio), y de proponer con respeto.

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