Julio Fierro es geólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Después de visitar la Base Chocó participó como ponente en Más Arte Más Debate, en donde su intervención, certera y crítica frente a los efectos de la minería en Colombia, permitió sentar cuestionamientos importantes frente al panorama que se vislumbra. El texto que fierro escribió durante su estadía en la Base Chocó se titula En el paraíso también hay amenaza minera y fue publicado en el libro Better Than (Mejor que).
El texto esta acompañado por imágenes de las pinturas de la serie Minas y Tarambana, de la artista Ana Patricia Palacios. Esta serie mira hacia la oscuridad de un lienzo como mirando el porvenir, la vida, el río que esconde la promesa del miligramo dorado y la muerte.
En el paraiso también hay amenaza minera
Por Julio Fierro
No le crees al chamán que menciona a Aluna, witira, rewina, kanoba o Kwira, o a los mundos de arriba, del medio y de abajo, pero le crees al otro que te habla de Gondwana, vitrinita, kerógenos, subtóxicos o de metabasaltos y pórfidos, de levantamiento de cordilleras y del ciclo hidrogeológico. Pero los dos te hablan de la materia y del tiempo, y de las conexiones o transformaciones energéticas. Es probable que si no perteneces a los chamanes, las palabras de uno y otro no tengan ningún significado para ti y que las historias del tiempo y las fuerzas de la naturaleza te sean igual de ajenas e inasibles.
El planeta se autorregula y la naturaleza encuentra la forma de asegurar la persistencia de la vida. Pero hoy en día, con la finalidad de asegurar nuestra comodidad, penetramos las profundas capas de un mundo que lleva millones de años de formación y estamos alterando esa auto-regulación. La extracción de estos materia- les de formación milenaria para ponerlos a disposición del mundo de hoy genera desequilibrios geoquímicos que liberan espíritus alojados en su seno y que afectan a los espíritus del agua, del aire, del bosque, del suelo. La remoción de grandes volúmenes de montañas y llanuras impide que se produzcan los ciclos de materia y energía y, lo que es más grave aún, arrasa elementos geológicos que regulan en plazos medianos y largos (decenas, centenas y miles de años) ciclos vitales como el de las aguas en su danza incesante entre superficie y subsuelo, entre ríos y humedales, entre nieves y mares. Estas remociones liberan en pocos siglos la energía y el CO2 que se han mantenido guardados durante millones de años en objetos geológicos, como el carbón, que cuando es quemado calienta el planeta. Al mismo tiempo, impedimos la respuesta que sabe dar el planeta a estos fenómenos, que consiste en regular la temperatura a través de la expansión de las selvas tropicales y subtropicales.
Es necesario romper el reduccionismo de considerar que el único mundo posible es un arrogante mundo occidentalizado que pretende desligarnos de la naturaleza. El mundo de hoy es un mundo hiperconectado y sedentarizado, donde la mayor parte de los humanos vive confinada en espacios urbanos, un mundo en el que el agua viene de grifos y el alimento de supermercados. Es también un mundo con poca
agua sólida y con un clima benigno para los seres humanos, que llevamos poco menos de 200 mil años caminándolo y, en tiempos más recientes, transformándolo.
LA REFLEXIÓN SOBRE LOS TIEMPOS Y LOS MUNDOS
Los mundos secos de costas marinas en los que habitaban los dinosaurios se hundieron y comprimieron; a fuego bajo y lento se cocinaron y guardaron la sal de ese mar y esas costas y rastros de los seres que los habitaron. El producto de esa prolongada historia comenzó a ser desenterrado, exhumado, levantado desde de- cenas de kilómetros de profundidad hasta las montañas andinas de hoy, hasta las sabanas altas y las llanuras bajas. Dentro de la gran masa de rocas que conforma esas cordilleras, las rocas salinas suben como las burbujas de aire dentro de la miel. Rápidamente, en tiempo geológico, brindaron sal a seres ubicados lejos del mar. Esa sal fue la única de la que gozaron quienes no tenían la posibilidad de aprovechar el poder del sol recogido por las plantas y del infinito poder del carbono vivo que fue acumulado y guardado como carbón y petróleo de lo que fueron las selvas y los mares de antes. Antes de que ese poder nos permitiera achicar el espacio y también vencerlo.
Descubrimos hace algunos siglos el poder de combustibles fósiles, es decir, remanentes de otros tiempos, pero es necesario decir que los fósiles son también remanentes de otros mundos. Que esos mundos tienen nexos con el del presente, pero que hemos hallado la manera de introducirnos mediante la tecnología, penetración forzada que está causando grandes desequilibrios, al traer los espíritus y las energías guardadas durante millones de años, potencias de la naturaleza que causan enfermedades, no solamente a los humanos que deciden sino también a miles e incluso millones de personas, así como problemáticas globales que incluyen el cambio climático.
Lo que llamamos carbón es energía solar, carbono (esqueleto químico de la mayor parte de la vida del planeta) y oxígeno de algún momento del pasado. Es la luz del sol que se expresa como vida en esta roca, casi toda incandescente, que llamamos Tierra. Es el producto de un mundo con mayores temperaturas y mayores contenidos de CO2 que el de hoy, es el mundo de las selvas litorales, en donde la energía se transformó en materia: selvas de gran extensión y animales de tamaños increíbles hoy; tortugas del tamaño de automóviles y boas hasta 10 veces más gran- des a las de hoy, árboles, palmas y cocos gigantes. En ese mundo de vegetación extraordinaria aún no hay seres humanos y los mamíferos apenas comienzan su colonización exitosa del mundo; los dinosaurios han desaparecido, pero otros gran- des reptiles persisten. Ciertos descubrimientos científicos recientes indican que el exceso de CO2 junto con altas temperaturas no eran necesariamente escenarios dañinos para la vida, sino que por lo contrario, fueron los ingredientes necesarios para que la vida explotara en diversidad de formas y tamaños, pero esa explosión se dio particularmente en selvas húmedas tropicales, las cuales se hicieron más y más extensas.
El petróleo, por su parte, proviene de un mundo de fondos marinos, de oscuridad y poco oxígeno, pero mucha vida. Es el reino de formas microscópicas que viven en mares, luego mueren y se depositan en plataformas marinas. Es también la gran entrada de vida a los océanos provenientes de los continentes en esa danza de penetración de los ríos al mar que son los grandes deltas. Los ríos son agua, sedimentos pero también vida, que entra al mar y se transforma, que es enterrada, presionada, transformada, compactada y cementada por los sucesivos pulsos de sedimentos que se van acumulando en el incesante fluir del tiempo. Parte del agua del mar también es guardada y podemos saber hoy de la composición de los mares del ayer. También existen equilibrios móviles y difusos en la manera química en que se deposita y transforma el carbono, que es el elemento fundamental del carbón y del petróleo.
Introducirnos hoy al subsuelo implica liberar energías del ayer. La sal de Zipaquirá, ubicada a 2500 metros de altura sobre el nivel del mar, significa asomarnos a un mundo quizá similar a las playas marinas desérticas de La Guajira. Las diferencias son claras en términos sensoriales: calor, humedad, olor y sabor, y todo ello se pue- de expresar en términos físico-químicos: temperatura, pH, salinidad, conductividad.
El carbón de selvas bajas y húmedas hoy está en zonas bajas muy secas o semide- sérticas (Cesar y La Guajira) o en zonas altas también húmedas. El carbón necesita ambientes bajos en oxígeno para poderse formar y cuando lo sacamos hoy y lo ex- ponemos al aire –es decir al oxígeno-, causamos transformaciones que permiten, entre otras cosas, quemarlo. Esas transformaciones ocurren también en las rocas que lo acompañan y que contienen especies químicas tóxicas, en cantidades bajas, pero que si son extraídas y expuestas en gran escala, pueden producir grandes desequilibrios. Incluso explotaciones relativamente menores han demostrado des- equilibrar el agua para contaminar acueductos de pequeñas comunidades campe- sinas en los páramos boyacences.
Las aguas marinas saladas que se encuentran junto al petróleo salen junto con él en las explotaciones petroleras continentales y el mundo que las espera es el de aguas dulces y quizá un poco ácidas. Esas aguas regresan a la superficie como “aguas de producción”, con el potencial de desequilibrar las aguas superficiales, las subterráneas o los suelos que las reciban.
He expuesto lo que sucede con los combustibles fósiles, pero la génesis de materiales como el oro, la plata, el cobre o el níquel es mucho más ajena a este mundo en que vivimos. Estos metales no se forman en ningún ambiente relacionado con la vida, sino que son del mundo profundo; son ventanas al mundo de la roca incandescente que forma la mayor parte de este planeta. Son la exhumación de lo telúri- co, del mundo de la roca fundida que una vez sale y se enfría conforma el esqueleto exterior, el basamento de la delgada costra planetaria en la cual vivimos. Quizá estos espíritus son más poderosos, han sido sacados de lo más profundo, han sido puestos en un mundo donde son escasos, donde son preciosos. La vida necesita poco de ellos, y la naturaleza los ha dosificado en el mundo exterior a través de un proceso llamado erosión. Los ríos van desgastando sus lechos rocosos algunos mi- límetros o centímetros cada año, pero con nuestros monstruos mecanizados y con el poder de los explosivos desarrollados para la guerra también hemos hallado la posibilidad de arañar con más poder que cualquier río y con ello hemos liberado en poco tiempo cantidades de espíritus que la naturaleza demoraría decenas de miles de años en sacar. Quizá la excepción sean los volcanes, pero estos esparcen en una gran área estos espíritus de la naturaleza que se transforman en suelos cargados de nutrientes que son nuestro alimento. Nosotros, por el contrario, los concentramos como “botaderos de mina” o como “cortes de perforación” desequilibrando durante tiempos inciertos las aguas y haciendo inútiles los suelos que los soportan. Adentrarse al submundo, a los mundos del ayer, tiene un precio, tiene consecuen- cias que debemos conocer. La preocupación es también por los flujos de materia y energía y su relación con los tiempos. La naturaleza tiene ciertos ritmos, pero nuestras actividades cuando involucran el poder de los combustibles fósiles mar- can el desequilibrio. La comodidad tiene costos que vamos a hacerles pagar a los humanos del mañana.
NUQUÍ, COQUÍ, Y JOVÍ: PARAÍSO
Las montañas entran en el mar, que las desgasta y cubre. La selva cubre las montañas y hay un tapiz verde en el continente que pareciera entrar y teñir el mar. Aquí, lejos de las montañas nariñenses parceladas, también se ve un verde de todos los tonos, con verdes profundos en zonas selváticas, verdes claros en las chagras y parcelas, donde la selva comienza a tomar posesión de nuevo y ese verde esmeralda del mar, el inmenso océano bautizado por los europeos como Pacífico. También es verde buena parte de las rocas, basaltos y meta-basaltos, que son testigos de choques de placas tectónicas que produjeron el apilamiento de materiales produc- to de la salida del manto a la superficie. Otras rocas son negras, y pueden tener un origen aún más profundo, un origen lejano hacia dentro del planeta.
Me entretengo viendo los sedimentos fluir en el fondo de los cursos de agua dulce y convergir y divergir en el juego del equilibrio inestable y sutil de los cambios de energía, también veo en el oleaje que se regresa las formas sedimentarias que luego me permitirán saber en el libro del tiempo y de los mundos que son las rocas sedimentarias hacia donde estaba el mar en esa playa petrificada que ahora está retorcida y levantada en una montaña. Me regalo el tiempo para esperar que las aguas erosionen las paredes de arena que han entallado y pueda ver desplomes o deslizamientos en pequeña escala, y analizar el patrón de grietas y la influencia de cargas dinámicas como el peso de mis pies al saltar sobre esa arena.
Pequeñas cañadas llegan de las montañas al mar con aguas translúcidas pero que seguramente arrastran un poquito, una traza, de los espíritus de la naturaleza que ya vienen venteando los codiciosos, las compañías explotadoras. Ya probé esas aguas y solo saben a vida, solo tienen el olor de la humedad y la vida. Ya medí sus parámetros físico-químicos básicos y por eso creo que deben venir trazas de ciertos elementos como el hierro, que tienen valor económico, y lo digo tranquilo porque no estoy delatando cosas que, supongo, ellos ya saben.
Hay que discutir sobre cierto tipo de minería que se considera necesaria. Ya he visto la extracción de rocas que hacen los nativos en playas pedregosas, las cuales son transportadas en bultos hacia Nuquí o hacia poblados pequeñitos como Coquí o Joví. Pero una empresa trasnacional brasilera como Votorantim, con 23 solicitudes para diversos elementos metálicos, los cuales suman cerca de 45 mil hectáreas, se constituye en una amenaza inaceptable, tanto para los territorios de las comu- nidades negras e indígenas donde se encuentran la totalidad de sus solicitudes y uno de sus títulos, como para el área de reserva forestal, destinada a preservar las coberturas vegetales, es decir las selvas, de amplias zonas del territorio colombiano. A la misma compañía, trasnacional de origen brasilero, ya le fue otorgado un título de 2000 hectáreas en las cabeceras del río San Juan, Municipio de Pizarro, el 23 de julio de 2012.
En el paraíso también hay amenaza minera. Aquí, mientras miro las palmeras y los árboles, huelo en el ambiente la sal y escucho el canto de los pájaros y el incesante sonido de la energía del mar. Sé que arriba de la ladera montañosa donde estoy, aquí, en el municipio de Nuquí, existen solicitudes de Votorantim para níquel, hierro y cobre mientras que los pobladores son felices, con sus huertas, sus peces, sus cantos, sus tambores y su mar.
¿Son pobres las personas que comen las delicias con las que me he alimentado en estos días? ¿Es pobre alguien que puede comer pargo rojo o cierto tipo de atún una o dos veces por semana? ¿Es pobre quien tiene la certeza del agua limpia todos los días de su vida? ¿Es pobre quien puede ver estas montañas que llegan al océano o quien tiene estas playas limpias o casi totalmente limpias de plásticos y basuras? Es conveniente dejar por sentado por qué considero la minería de hierro y níquel de gran escala como una amenaza. En Colombia tenemos ya uno de estos proyectos, denominado Cerro Matoso, y explotado por una empresa australiana, la BHP Billiton en el municipio de Montelíbano (Córdoba), el más violento de todo el departamento. Al margen de la irresponsabilidad que se ha demostrado en el comportamiento de esta empresa en lo que se refiere al no pago de regalías por hierro y a la gran cantidad de dinero que adeudan a los colombianos por níquel, quiero centrarme en los pocos datos que se tienen sobre la liberación de elementos químicos que son tóxicos para la mayor parte de las plantas y los animales.
La explotadora BHP Billiton ha remitido información a las autoridades ambientales y mineras colombianas en la que reconoce en los análisis de calidad de agua superficial que existen puntos dentro de su mina donde se presentan excesos de mercurio, níquel, hierro y manganeso, y que aguas abajo se han liberado cadmio, plomo, cobre y zinc. En todas las muestras de rocas y suelos que fueron analizadas por la empresa, y cuyos resultados fueron publicados en un artículo científico en 2004 1, existen elementos con riesgo de toxicidad como cobalto, níquel, y escandio, pero también han sido detectados en muchas de las muestras vanadio, cromo, estroncio, zircón y bario. Por otra parte, si bien no se han realizado estudios de- tallados por parte de la explotadora sobre la cantidad de aguas subterráneas que han sido afectadas por la actividad minera, se sabe que el nivel de dichas aguas se ha profundizado y que las rocas fracturadas que permiten la infiltración y los flujos desde las partes altas hacia las bajas han desaparecido debido a la actividad minera.
No obstante lo anterior, es probable que la más fuerte contaminación se esté dan- do sobre el aire: ruido, polvillo y gases producidos por las explosiones y por el trán- sito de gigantescas volquetas que transportan rocas, minerales y desechos y gases, humos y polvos de las plantas industriales para la preparación del ferroníquel. Es el escenario día a día y noche a noche durante 365 días al año en la zona minera.
Aquí también comenzará la lucha de estas comunidades, para que en aras de las promesas de la riqueza y el desarrollo, no les arrebaten la tranquilidad, una paz poco perturbada y sobre todo la felicidad de la comida sabrosa que dan ríos y mares lim- pios y un suelo que solo está cubierto por plátanos, yucas, cañas, lulos de la tierra, tierra que llevan en la sangre los que viven y han nacido ahí; casi todos con pieles que parecen chocolate brillante, con sonrisas que son el preludio de cada frase.
En el paraíso también hay intereses mineros y conservar este pedazo de edén será una responsabilidad ética de los que tengamos el lujo de verlo.
Bogotá, octubre de 2014
Nuquí, playa de La Chocoana, septiembre de 2014