Estos relatos permiten ver a través de las miradas de dos jóvenes de Nuquí, Chocó, las dinámicas de consumo y el sentido de la vida frente a la escasez y la posibilidad de fantasear con el lujo, a la vez que son testimonios sobre el horror del narcotráfico y sobre el abandono.
Los textos La Posibilidad de un Paisaje de Osneyder Valoy y ¿Que hacer con el olvido? de Klidier Josué González son el resultado de talleres de escritura creativa coordinados por Miguel Tejada, escritor y profesor de literatura en la Universidad Nacional de Colombia y fueron publicados en el libro Better Than (Mejor que).
Los autores estudian Derecho en Bogotá y son colaboradores de MaMa.
¿QUÉ HACER CON EL OLVIDO?
Por Klidier Josué González / edición de Miguel Tejada
NUQUÍ
Hay una pregunta con la que se puede dar el primer paso: ¿es posible ser feliz en una comunidad abandonada por los gobiernos, una comunidad donde escasean las oportunidades?
Es cierto que nuestras gentes son felices, sí, somos felices con nuestra cultura y nuestro paisaje, pero debajo de esta alegría hay un gran malestar. Es algo que mucha gente decide ignorar, pero está ahí: la intranquilidad.
En el diario vivir tenemos que cultivar alimentos, cargar arena, cortar leña, para vender o para las necesidades propias. El día no alcanza; en las noches, por ejemplo, hay que irse de pesca. Vivimos felices pero cansados. Hay que buscarse la forma de mantener a nuestras familias, pero es mucho lo que hay que trabajar para dar de comer a tantas bocas.
Nos salva del olvido y del abandono un sentido de la solidaridad. A eso nos aferramos. Es algo que nos caracteriza. Nos importa lo que le pasa al otro; si algún miembro de la comunidad no tiene para comer lo más seguro es que otra persona le dé. En las peores situaciones, aparece siempre una mano solidaria. Pero ocurre algo paradójico, no se sabe bien si es resentimiento o frustración, y es cuando un miembro de la comunidad empieza a salir adelante. Ahora, la pregunta clave es ¿qué significa para nosotros este salir adelante? La verdad es triste; muchos de los nuestros optan por tomar el camino que parece más fácil: el narcotráfico. En poco tiempo, se les ve paseándose como dueños del mundo. Beben licor hasta perder el conocimiento, gastan y gastan, desfilan con sus nuevos amores y hablan muy felices sobre esta nueva vida. Y los que aún creemos que por ahí no es, nos preguntamos entonces ¿por qué no estamos todos en las mismas condiciones? ¿Hay otras opciones? ¿Qué hacemos con el olvido?
No es fácil mantenerse al margen de esta opción. Es una lucha que no tiene fin. Los que decidimos mirar hacia otro lado tenemos que lidiar con el abandono. Y esto es algo que hay que entender como es en realidad, porque no se trata de recibir ayudas pasajeras ni recibir lástima. Aquellos que miran al Chocó como un pueblo de gentes pobres tendrían que pensar bien: hemos sido marginados, pero hay en nuestra cultura un potencial que enriquece nuestros días a pesar de la escasez. El abandono lo compartimos todos los colombianos. Quizá al Chocó, quizá a Nuquí, les ha tocado la peor parte. Lo cierto en todo caso es que han sido muchas las lá- grimas y las promesas, y el panorama sigue igual. El talento de nuestras gentes se marchita y de pronto vuelve a florecer en este ciclo de risas y olvidos.
Ahora que tengo la oportunidad de considerar así nuestra situación, partiendo de un plano más amplio, vuelvo a esa preocupación de la que no he podido zafarme: el mal que el narcotráfico le ha hecho a nuestras comunidades. No hay que ser un genio para entender las consecuencias desastrosas de esta pesadilla: la vida que parecía fácil nos ha costado profundas tristezas. Hay familias que nunca más recuperarán a los seres queridos que han perdido en esa fantasía sangrienta. Somos fe- lices, sí, pero tras nuestras sonrisas hay una incertidumbre que nos quita el sueño.
Hay huellas maravillosas en nuestra herencia, hay gentes que hoy tienen un talento innegable para reconstruir nuestras vidas en nuestra propia comunidad y con nuestras propias manos. Pero también hay hondas cicatrices en nuestra memoria. Llegará el día: las oportunidades reales, la oportunidad que nos merecemos.
LA POSIBILIDAD DE UN PAISAJE
Por Osneyder Valoy
Coredó, 11 de mayo de 1996
¿Qué tanto hay en un archivo?
Veamos. Así aparece hoy, en el vasto paisaje de olvidos que es la Internet, un pe- dazo de nuestra historia:
JUICIO POR MASACRE EN CHOCÓ:
Por la masacre de nueve habitantes del caserío de Coredó, Juradó (Chocó), el 11 de mayo de 1996, la Fiscalía acusó a Eroito Álvarez Badillo, Elkin Fernando Restrepo Rodríguez y Wilberth Córdoba Badillo. Los tres, supuestos paramilitares, fueron llamados a juicio como coautores materiales del hecho. Álvarez y Restrepo se encuentran privados de la libertad. Córdoba se fugó del fuerte militar Malambó, del Batallón Nariño.
Fecha de publicación Periódico El Tiempo: 7 de junio de 2000 1
Los familiares de las víctimas se quedaron en Coquí esperando noticias. Pero no se sabe nada. Y no hay santos ni santería que valgan. Pasan los meses y ni una palabra en el aire. Una madre decide dormir debajo de un palmeral. Está resignada. Lo único que desea es que le caiga un coco en la cabeza y acabe de una vez por todas y para siempre con su sufrimiento. Pero pasaron quince días y de la palmera del sacrificio no cayó ni un solo coco. El milagro de la vida. Luego pasan más días y llega por fin la noticia que todos están esperando: gracias a Dios los coquiseños están vivos. A la carga otra vez. Cuatro días después llegarían a Nuquí en un barco carguero. El buen hijo vuelve a casa.
NUQUÍ
Hay un dicho en Nuquí: amanecerá y veremos. El dinero escaso alcanza sólo para el día. Lo que ocurra mañana es incierto. Y esta es apenas una de las tantas penurias. En el centro de salud asustan. No hay nada. Ni Ibuprofeno. Nada. Ni los instrumentos más básicos para atender a un paciente. Nada. En la biblioteca suena un viento como de olvido. Los pocos libros que hay están agonizando porque casi nadie los lee. La educación en Nuquí es precaria y los recursos que hay son escasos y malos, como el Internet, que avanza a paso de tortuga. Los jóvenes están en medio de la manigua ¿Hacia dónde agarrar? ¿Adónde ir? Terminada la secundaria, los sueños se van con la brisa, porque las familias no tienen cómo costear el futuro. Quedan pues dos alternativas para estos muchachos: prestar servicio militar o meterse a traficar con droga. Claro, en medio de estas dos opciones de vida hay posibles vertientes: morirse de hambre (un plan que se ejecuta en un plazo no tan rápido) o trabajar con los “paras”. Con los paracos. En todo caso, la decisión debe tomarse muy rápido. Esto es Nuquí. Y es la costa pacífica colombiana. Es una realidad que se replica a lo largo del litoral. Y es el país entero, claro, el país que se muere de hambre…
COQUÍ
Hay que meterse al monte a hacer colinos 2 y sembrar plátano y banano. Se deben comprar aparejos de pesca y hace falta una canoa, se debe labrar. El negocio de la madera en Buenaventura es bueno, por lo que hacerse a una motosierra es primordial. La vida parece tranquila en Coquí. La gente vive del diario sustento pero es feliz. Cuando se necesita el desayuno, basta arrancar un palo de yuca y luego irse a pescar por una hora al estero manglar. A falta de sal y azúcar, hay coco. Mucho. En diciembre se trabaja llevando unas cuantas docenas de este fruto y algunas pulgadas de madera a Buenaventura. Así se consigue el dinero para la fiesta. El que no puede conseguirse la plata llevando cosas a Buenaventura se la rebusca de cualquier forma. La plata para la rumba aparece porque aparece, así haya que hacer negocios con el mismísimo diablo.
Enero. Terminada la fiesta solo queda el guayabo. Hay que matricular a los niños en el colegio pero no hay dinero ni para comer. El papá cae enfermo y no hay cómo
transportarlo a Nuquí porque la gasolina está cara. Se hace una recolecta y consiguen llevarlo. Hay movimiento, rebusque. Tremendo esfuerzo. Pero allá en Nuquí los médicos dicen que hay que trasladarlo a Quibdó porque no hay equipos técnicos para atenderlo ¿Y ahora?
2008. Los coquiseños dicen que es el año de la desgracia. Corría el mes de marzo y las cosas parecían ir bien. Muchos en el pueblo tenían electrodomésticos nuevos, y lanchas con motores de hasta 75 caballos. Pero un día el cielo se oscurece: el pueblito es saqueado por delincuentes de la zona.
Era una tarde hermosa. Mucha gente estaba en la playa jugando fútbol, otros jugando bingo, hablando de la vida o mirando hacia afuera con la vista perdida en el océano. En esas estaban cuando alguien dio aviso de que venía una lancha grande y poderosa. La gente corrió a por el chisme: a simple vista, la embarcación parecía venir sola; una lancha muy grande, decían. Esto avivó más la curiosidad de los espectadores; cinco minutos más tarde la lancha arrima a la playa y se queda varada en la arena. Uno de los tripulantes muestra su fusil, como indicando que vienen a hacer una reunión con el pueblo. Hay que ir hasta la escuela. Una hora después, la gente que estaba en el salón como si fueran a recibir clases, muertos de miedo, vigilados por un hombre que tenía una AK47. Los atracadores ingresan a las casas y saquean todo; se llevaron los cerdos, los electrodomésticos más nuevos, desocuparon las tienditas de ropa, vaciaron las alcancías y voltearon los colchones. Coquí queda totalmente desierta y desvalijada.
El asalto fue denunciado a la Armada Nacional en Nuquí. Pero el teniente del puesto no movió un solo dedo porque creyó que habían sido los paras, y los paras ya habían sobornado a la gran mayoría de los militares de mando. Días después del acontecimiento, la Armada de Bahía Solano hace presencia y toma las declaraciones de la comunidad. Un trámite. Al cabo de unas semanas se dijo por ahí (“un pajarito”) que el Teniente de Nuquí había sido llamado a interrogatorio por tener nexos con los paramilitares. Así, el caso de Coquí queda archivado. No hubo reparación alguna por parte del Estado. De nuevo, impunidad absoluta y campante.
Tierra y litoral abandonados. La delincuencia se toma por asalto el futuro. No parece haber más opciones. Ante este paisaje desolador y atroz, muchos jóvenes de Nuquí y los corregimientos vecinos optan por aventurarse a coronar su primer viaje; otros se vuelven paracos; algunos se van al ejército y unos pocos resistentes insisten con el sueño de ir a la universidad.
En 2013, llegan a Coquí unos paisas 3 ofreciendo muchos beneficios para el pueblito, a cambio de que la gente facilite el ingreso y salida de mercancía. Cocaína. Así pues, si en diciembre si todo sale bien, el cargamento sale por avión. Entre los beneficios prometidos estaban una nueva planta eléctrica, la remodelación de viviendas, subsidio escolar para los estudiantes y por supuesto millones en efectivo, lo suficiente como para disfrutar de una navidad a todo confort.
Puesto en marcha el plan de cooperación, llegan al pueblo muchos hombres desconocidos pero muy carismáticos con la gente. Saben, de entrada, que el papel de los caleteros resulta fundamental, porque éstos son los encargados de guardar la coca y las lanchas. Los paisas saben cómo proceder: contratan hombres de los pueblos, conocedores de los manglares, lugares muy seguros que están a salvo del radar de la Armada.
Después de varios meses de trabajo, por fin la pista improvisada con tablones de madera se encuentra lista para su uso. Ya es diciembre y es necesario ultimar detalles. Aquí y allá se hacen reuniones con el pueblo para pactar las condiciones de la operación. El 22 de diciembre, día crucial, las calles están solas y la poca gente que anda por ahí tiene cara de aburrimiento. Son las siete y no hay jóvenes por ningún lado; solo niños y mujeres de los que se apodera la ansiedad. Cuatro horas después, sobre los lados de Boca Vieja, bocana principal del pueblo, la playa es cubierta con luces que indican el punto de aterrizaje. Son 15 minutos de angustia y desespero, y al final el avión aterriza con fallos técnicos.
Pero cuando ya está cargada la avioneta no hay forma de hacerla despegar. Los hombres tienen que descargarla y en esas están cuando son sorprendidos por el ejército. La gente corre entonces hacia el manglar, cada quien con su bulto de coca. Allí encaletan la mercancía y logran escapar de la persecución. El ejército se queda en la playa, junto a la avioneta y unas pipetas de gasolina. Ese es su botín. Y el pueblo se queda con los crespos hechos. Adiós electricidad permanente. ¡Adiós todo! porque aquí solo quedan los rayones en el cuerpo y los sueños se los lleva el viento, como huellas de lo que en algún momento pudo ser, pero nunca fue.