Durante 3 semanas en la Base Chocó, Max Bruinsma tuvo tiempo de repensar el concepto de utopía, ese mundo perfecto previsto por el pensamiento, el sentir y el actuar de los seres humanos. Allí desarrolló algunas ideas sobre el diseño de las interacciones sociales, una experiencia determinante en su práctica como analista cultural. 

El texto Reflexiones sobre la utopía y el ahora fue publicado en el libro Nowhere.

 

Reflexiones sobre la Utopía y el Ahora

Por Max Bruinsma

El vago rugir de la metrópoli, que resonó en mis oídos como un zumbido casi inconsciente durante días, ha sido remplazado por el murmullo constante del mar y de la lluvia. Se necesita un tiempo de ajuste, no solo para los sentidos, sino para la imaginación. Uno piensa que se trata de un tren o de un avión. Pero no. Es una ola más pesada que se rompe en la playa de arenas negras que yace al otro lado de los árboles. Este es el borde de la selva chocoana; el agua viene de todo lado. Lateral, vertical, horizontal. Se ciernen nubes de lluvia, el agua se desliza por las hojas de los árboles, una quebrada pasa susurrando frente a la casa y el infinito océano Pacífico se extiende ante mí.

Aquí no se mueve casi nada, salvo el agua. Las palmeras, los guaduales, esta incontable vegetación de plantas cuyo nombre todavía desconozco. Están inmóviles en el aire húmedo, apresadas en la pastosa tierra. Es decir, parecen inmóviles. En medio del sonido constante de las aguas, los insectos y los pá- jaros rompen con la monotonía. Un inesperado golpe seco anuncia la caída de un coco u otra fruta pesada, imposible de ver en el brilloso verde del bosque. Un suave crujir y rechinar del bosque es señal de que está vivo y habitado, que crece y cambia. Pero el ojo urbano apenas detecta todo esto, pues está entrenado para detonaciones rápidas, eventos intempestivos. Como la repentina aparición de la ‘mariposa supervisora’, una vibrante mancha azul turquesa que atraviesa danzando por el aire la glauca quietud.

Pensé que íbamos a estar solos en esta inmensidad, pero me equivoqué. Tenemos vecinos. La privacidad aquí es un concepto muy distinto al que opera en la ciudad, en donde la conglomeración de tanta gente viviendo junta en un espacio tan reducido ha llevado a que no prestemos atención a los demás la mayor parte del tiempo. En estas costas, las casas y cabañas están lo suficiente- mente separadas entre sí, como para que uno no vea ni oiga a los vecinos, pero tan cerca que siempre hay alguien monitoreando cuando uno camina por la playa. La privacidad es como en una quinta campestre; en su propio territorio, uno está solo y seguro, pero se nota la presencia de un extraño. Los habitantes de estas casas o cabañas no son ricos; algunos son pudientes, la mayoría está muy lejos de serlo. Pero a primera vista, y para el ojo europeo, viven en condiciones de lujo: un suave clima subtropical, jardines maravillosos, tranquilidad, abundante comida de la tierra fértil y el mar. Nuevamente, el ojo engaña.

La historia de cada individuo, de cada grupo de personas que ha llegado en los últimos siglos a estas costas idílicas, no tiene nada de pacífica. Esta no es una “tierra de promisión”, más bien un nec plus ultra, el último límite del mundo habitable. Es a la vez utópico y distópico. El seductor paisaje paradisi- aco es el escenario en el que transcurren historias inquietantes. Como la del niño embera que, cuando tenía unos 7 años, salió caminando del bosque, solo, sin compañía alguna. Desde que apareció como de la nada, hace 3 años, no ha pronunciado palabra. Nadie conoce su historia, ni siquiera su nombre. Sólo es posible adivinar que su familia abandonó sus tierras ancestrales en la pro- fundidad de las selvas a causa de la minería ilegal, la contaminación del agua, el narcotráfico o el conflicto interno. Como muchos otros, probablemente se desplazaron río abajo hacia la costa. Este silencioso niño es el único que llegó a su destino. Se guarda su historia y no hay forma de saber si es mudo de nacimiento o enmudeció por el trauma. Aun así, una familia de la región lo acogió amorosamente, y el niño juega con su nuevo hermano mayor. Habla con sus manos y con sus ojos. Pero jamás emite sonido alguno…

Aquí uno no puede escaparse de los vecinos, una presencia dispersa a lo largo de la estrecha franja de playa, que constituye la única vía accesible en este vasto territorio. La costa es a la vez un sistema de interdependencias y un ecosistema. Enlazados como las cuentas de un collar, los habitantes parecen haberse acomodado a una “dependencia liberadora”, para decirlo en palabras del filósofo social Émile Durkheim: cada individuo “se somete a la sociedad y esta sumisión es la condición de su liberación”. 1 Esta es la esencia de la sociedad cívica, y de la civil.

En cierto sentido, dichas redes de interdependencia se disuelven en la ciudad moderna, este teatro de “política de la vida” interpretado por una cantidad inconmensurable de individuos. Las grandes ciudades han evolucionado hasta ser un “espacio público pero no un espacio cívico”, como describe Zygmunt Bauman, los espacios urbanos donde se congregan extraños sin necesidad de interactuar. En estos lugares, desde los centros comerciales hasta las recep- ciones de los hoteles, desde los “espacios interdictorios”, como llama Steven Flusty a los vacíos espaciales entre edificios icónicos del diseño urbano postmoderno, hasta los sistemas de transporte público, pareciera que las personas se evitan: “Si es imposible evitar la proximidad física —compartir un espacio— tal vez se la pueda despojar de su cualidad de “unión”, con su per- manente invitación al diálogo y a la interacción. Si no es posible evitar toparse con extraños, al menos podemos evitar tratar con ellos”. 2

En las comunidades pequeñas, como las que visitamos a lo largo de la costa del Chocó, esta estrategia de “evitar tratar con ellos” es imposible. Durante mi corta estancia aquí, visitamos unas pocas de estas comunidades. Aldeas con apenas unos cientos de habitantes. Mis dos anfitriones no podían entrar a nin- guna de ellas sin antes estrechar manos y hablar con casi todas las personas. Aquí uno debe ser “cortés”; eso es, interactuar simbólicamente a través del intercambio de experiencias y demostraciones personales de empatía para poder estar en el lugar. Aquí, el “desafío de unión” se parece más al acto de visitar una casa que al de recorrer una ciudad. Uno es un invitado. Este tipo de interacción con sus rituales de cortesía es un arte social que prácticamente se ha extinguido en los espacios públicos de los hábitats metropolitanos, tal y como bien lo observa Bauman: esta aceptación manifiesta del hecho de que uno comparte el espacio, de que lo comunitario no se puede dar por hecho, sino que es algo que se construye, un compromiso con la tarea compartida de hacer que la vida no sea solo llevadera sino que tenga un sentido social. Una responsabilidad pública.

Este es el momento en el cual mis asociaciones idealistas de utopía se unen con el aquí y el ahora. Las proyecciones de lo que podría ser se ven confrontadas con las observaciones de lo que es. La realidad es imperfecta. Los utópicos rechazan la imperfección. Por lo tanto, intentar vivir una vida utópica significa que uno debe separarse del mundo tal y como es ahora. De hecho, para los utópicos, el mundo imperfecto se vuelve el no lugar, el lugar que deben rechazar. La realidad se vuelve el no lugar.

Por lo general, los utópicos no parecen optimistas. Normalmente se saltan los pasos necesarios para trabajar en pro de un mejoramiento gradual en el presente. Postulan con determinación cómo debería verse el mundo en un futuro indefinido, tan radicalmente distinto al aquí y el ahora que es virtualmente inalcanzable. En últimas, los utópicos son pesimistas. Confrontan la distopía actual con su imagen virtual negativa, un retrato invertido del mundo.

Están en oposición perpetua. Pero cuando se quiere adoptar un posición práctica para mejorar la realidad del ahora, independientemente de cuán sombría pueda ser, el optimismo es una obligación. Entonces, lo que cuenta no es la forma en la que la imagen ideal refleja la contra-imagen basada en la realidad, sino la manera en la que la misma realidad se transforma entre “pessimum” y “optimum”, dos modelos abstractos de lo real. En este proceso, ambos van a cambiar, la situación original se alivia y su alternativa utópica se vuelve más real. Con paciencia y perseverancia se transformará en una realidad que a su vez generará ideas de mejoramiento. Por lo tanto, la esencia, tanto del “no lugar” como del “buen lugar” que son las utopías, es que son, eternamente, un “todavía no”.

Esta percepción de que esa “utopía” no debe ser un ideal abstracto que se proyecta en un tiempo y un lugar remotos, o en un medio aparentemente perfecto como la paradisiaca franja costera del Chocó, sino que debe ser una “agencia” que trabaja en el aquí y en el ahora, es la mayor contribución al pensamiento utópico del filósofo alemán Ernst Bloch. Es el filósofo que define la utopía como una horizonte rector para actuar con esperanza en medio de la gris realidad del ahora. Su énfasis en la importancia y el valor del presente es notable, y en su época, primera mitad del siglo pasado, un caótico campo de batalla de utopías de varios tipos. Se podría calificar de masoquista, sin embargo, a Bloch no le preocupaba tanto una meta específica —o telos— sino la forma de alcanzarla, el proceso que tiene lugar en el aquí y el ahora. La esencia de su filosofía consiste en observar al mundo y cualquier actividad humana significativa como un “noch nicht”. Estas dos palabras, “todavía no”, son el modo más conciso de conectar el presente y el futuro. En todo su idealismo volcado hacia el futuro, Bloch es principalmente el filósofo del “todavía” dinámico, el cual siempre está, imaginariamente, un paso más adelante del “ahora”. Esto es lo que lo distingue de los utopistas que establecen el fu- turo imaginado como algo que, desde todo punto de vista práctico, debe ser adoptado como un hecho, como algo que solamente necesita ser concretado, sin importar la realidad.

En su libro clásico Das prinzip hoffnung (El principio esperanza), Bloch reconoce que al actuar en el aquí y en el ahora para mejorar, no solo la condición propia, sino de la sociedad en general, puede ser un prospecto abrumador: “No tenemos distancia respecto al aquí y ahora; la distancia que, si bien nos aliena, hace que las cosas se vean claras y sean analizables. Por lo tanto, la inmediatez, en la que se presenta la realidad, se siente como algo esencialmente más oscuro que la imagen soñada, e incluso a veces, como algo informe y vacío” 3. Soñar, fantasear e imaginar un mundo mejor es más fácil cuando uno se distancia de la realidad existente. Sin embargo, convertir ese sueño en realidad, sin que esta lo toque, también trasladará esta distancia implícita. Por lo tanto, los diseños utópicos que adoptan un enfoque teleológico de su realización, a menudo son diseños trazados sin un ajuste a lo real. Son, desde todo punto de vista, fantasías materializadas, proyecciones que pueden verse y sentirse seductoramente como realidades perfectas —o paraísos—, pero que han cortado los lazos que unen causa y efecto en el mundo real.

Las fantasías de paraíso han imaginado, desde tiempos inmemorables, un alejamiento de la realidad, una separación del deseo y de la acción. El siguiente cuento budista es un ejemplo arquetípico:

“No hacen uso de la agricultura o de ningún arte o profesión. Un árbol que se llama padesá crece en esa afortunada isla de la cual cuelgan, en lugar de frutas, preciosas prendas de vestir de muchos colores, de las cuales los nativos toman todas las que desean. De igual manera, no necesitan cultivar la tierra, ni arar, ni cosechar; tampoco necesitan pescar o cazar, porque el mismo árbol produce un excelente arroz sin cáscara. Cuando necesitan alimento, solo tienen que poner este arroz sobre una gran piedra, que produce una llama instantánea, cuece la comida y se apaga sola cuando está lista. Mientras comen su arroz, carnes de diversos tipos, todas aderezadas, aparecen en las hojas de ciertos árboles y todos se sirven a su gusto. Tan pronto terminan de comer, los restos desaparecen”. 4

Este cuento parece presagiar la cultura consumista de hoy, o formular, sin darse cuenta, el deseo de una forma de consumo como la que tenemos hoy. En este paraíso no hay una relación activa, intrínsecamente conectada, entre un deseo y su realización. El acto es el de desear. Todo el “trabajo duro” se oculta. Del mismo modo, la conexión entre “sembrar, cosechar, pescar y cazar “y el gozo de los beneficios de estas labores, se oculta en el proceso de obtener comidas precocidas en el supermercado y “prepararlas” en el horno micro ondas. Estas dos “máquinas” son como el árbol mágico y la “gran piedra” en el cuento del monje budista. También se parece mucho a la infraestructura omnipresente postulada como utopía tecnológica por Superstudio, una cooperativa de diseñadores vanguardistas italianos. En su propuesta para un “nuevo paisaje doméstico”, de 1972, se enfocan más en los efectos de su diseño (“todos serán felices…”) que en las causas o en el proceso para lograrlos. Superstudio resume esto en términos claramente tecnológicos:

Solo tendrá que conectar un enchufe: se producirá inmediatamente el microclima que desee (temperatura, humedad, etc.); se conecta a la red para obtener información, conecta los procesadores de comida y bebida. 5

La producción de esta infraestructura paradisiaca, así como el trabajo, el costo y las consecuencias de mantenerla funcionando están rodeados de misterio. De hecho, la utopía de Superstudio está diseñada como una caricatura distópica del sueño modernista de un mundo perfecto en el que cada deseo puede traducirse a una premisa tecnológica, que se puede materializar a través de un diseño racionalmente estandarizado y producir industrialmente:

En 1969 comenzamos a diseñar utopías negativas como Il monumento continuo, imágenes que nos advertían sobre los horrores que nos estaba reservando la arquitectura con sus métodos científicos para perpetuar modelos estándar a nivel mundial. Obviamente, también nos estábamos divirtiendo. 6

Superstudio está utilizando un “Verfremdungseffect” (“efecto de extrañamiento”) brechtianopara señalar los peligros de disociar una respuesta estrictamente racional para los deseos físicos y emocionales de los efectos de su realización. Como lo ha demostrado la cultura consumista (hasta la fecha, lo más parecido al paraíso terrenal con que contamos), este extrañamiento lleva a un desinterés, a una forma de disociación, que rompe los lazos entre un deseo y la realidad en la que puede, o no, ejecutarse. Corta el cordón umbilical entre la realización y lo real, descartando esto último —la madre de todas las realizaciones posibles—como si fuera contingente, causando eventualmente que la realización misma (que, al fin y al cabo, es una instancia de lo real) se extinga por falta de nutrición.

Esta es la hubris del planificador, la obstinada ambición de los diseñadores, del modernismo como tal. La postura objetiva que dice tener el modernismo, y los procedimientos de diseño y de construcción social que se derivan de esta actitud, se han venido criticando desde 1960. Las caricaturas de Superstudio de finales de los años 60 y principios de los 70 son ejemplos clásicos de este “contra-diseño”. Para los diseñadores y planeadores en la tradición modernista, un diseño es un modelo, el cual, una vez es llevado a cabo, queda establecido. No es una propuesta sino una receta. No es un proceso sino un producto. El resultado es que se rompen las conexiones que tiene el diseño con el presente y el pasado. El diseño es inmediato en el sentido en que lo utiliza Bloch, y aun así, es distanciado. Real y al mismo tiempo no realizado. Un diseño modernista es absoluto. Existe más allá del tiempo como una utopía teleológica, no como una realidad que todavía no es.

Me parece que este es el peligro más grande que plantea la imaginación utópica o paradisiaca: que tiende a tratar lo real como si no tuviera mayor importancia. El aquí y el ahora se vuelven un obstáculo, en el mejor de los casos, una contingencia, en lugar de ser el locus y la herramienta para lograr un mundo mejor.

Estoy pensando sobre estos asuntos y perspectivas en una de las regiones más idílicas del mundo, en está tranquila franja costera entre la selva y el océano, y no dejo de preguntarme qué puede hacer, o qué puede ser, el diseño aquí. ¿Una construcción o un proceso? Una primera intuición viene de visitar las comunidades establecidas a lo largo de la playa, la columna vertebral de la costa: lo que sea que uno pueda hacer aquí, para que se vuelva significativo, tendrá que ser una labor social y cívica. Un individuo de estilo metropolitano desaparecería aquí en un magnífico aislamiento.

 

1 Émile Durkheim, Sociologie et Philosophie (1924). Traducción castellana tomada de Émile Durkheim, Sociología y filosofía, Madrid: Editorial Miño y Dávila, 2000, p. 96.

2 Zygmunt Bauman, Modernidad Líquida, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 113.

3 Ernst Bloch, Das Prinzip Hoffnung, Kapitel 1 – 32, p.207 (traducción de EvdW).

4 El cuento del monje budista ha sido tomado de A description of the Burmese Empire compiled chiefly from native documents by the Rev. Father Sangermano and translated from his MS by William Tandy, D.D., Rome, 1833. [El Imperio birmano hace cien años, descrito por el padre Sangermano] Citado por Lyman Tower Sargent, Utopianism, a very short introduction, Oxford, 2010. (Traducción de EvdW).

5 Superstudio, comunicado de prensa para la exposición “Italy, the New Domestic Landscape” (Italia, el nuevo paisaje doméstico) MoMA New York, mayo 1972.

http://www.moma.org/ docs/press_archives/4824/releases/MOMA_1972_0053_46X.pdf

6 Adolfo Natalini, Superstudio, quoted by Jonathan Glancy in The Guardian, 31 March 2003

 

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