Hace 24 años desembarqué en esta orilla

Por Nathalie Veléz

 

Desde que pisé la playa y vi el bosque que a ella llegaba, supe que era el lugar que había estado buscando sin saber que buscaba… Solitario, en mitad de la nada, en el centro de todo. Bosque húmedo tropical aun sin explorar, bañado por el Pacífico salvaje, sin humanos.

Todo por descubrir, por inventar.

Inmersa mágica-mente en un cuadro de Gauguin, pensé que había llegado al final del camino. Tenía los pies cansados y en la cabeza mucho por ordenar y escribir. Fue tiempo despues que entendí que apenas era el primer paso del camino cuya puerta se abría ante mí. Estaba apenas en el umbral.

Dediqué los primeros años   a armar con palitos y hojas mi nido, mi hogar… la torre de control.

Empecé a re-conocer y afianzarme en el terreno, mientras un impulso irrefrenable me obligaba a escribir, a sacar todo lo que traía a rastras, todo lo que un ser puede cargar en 22 años de existencia, de búsqueda frenética…

Fueron 3 años febriles de papel y mucha tinta, de callo en el dedo, de café y cigarrillo, de noches sin fin dejando mis ojos a la luz de las velas. No podía dejar de escribir relatos, pensamientos, restos del naufragio que se fueron hilando, entretejiendo en la urdimbre de lo que tomó forma de relato y llamé «flor de piel».

Nunca pude conformarme con los caminos que mis padres, el colegio, la sociedad y la cultura desplegaban frente a mí; estudiar para tener un buen trabajo para, producir, para consumir y (si todo va bien) para algun día jubilarse frente al mar.  Nada de aquello tenía sentido alguno para mí.

La vida tenía que ser algo más.. Tenía que haber una vida que valiese la pena ser vivida.

buscaba un lugar que me diera la oportunidad de crear un mundo nuevo… un espacio donde poder crecer libre, un lugar donde inventarme nueva, donde pudiese resetear toda la programación que nos inculcan desde que nacemos; un lugar donde sacarme los lastres, las culpas, los miedos, todo lo q no era mío;
A través de la escritura, en un ritual casi catártico, me quité de encima todo lo que la sociedad y cultura cargan en cada individuo. Empecé a desaprender.. a desprogramarme.. para empezar a escribirme en una hoja en blanco.

Me di cuenta que no se necesita casi nada para vivir tranquila y contenta, en armonía con lo qu nos rodea, y que los miedos y las preocupaciones son producto de nuestra mente.

Y así, la naturaleza en todo su esplendor se convirtió en mi gran maestra. Así que empecé a entender lo que decía el árbol, el viento, las nubes y mar.
Pude sentir el amor y la alegría de los delfines y ballenas que vienen a jugar frente a casa, el regocijo del canto de los pájaros, del aullido de los monos al despuntar el alba en mi jardín; pude estremecerme con el poder de los truenos y las olas.

Empecé a conectar con la Madre Tierra, a ver y escuchar sus señales . Sé bien lo que quieren decir las termitas en su vuelo nupcial de la tarde; sé qué es lo me avisan las hormigas cuando me invaden; el color de las nubes al amanecer me pinta el día que hará.. y me propone lo que yo misma haré.

Cada día estoy más conectada con los ciclos de la tierra, con los ciclos celestes. Por supuesto, con el ritmo de la luna y sus mareas que tanto influyen en nosotros, como en el mar y todos los seres vivos. Son esos mismos ciclos los que guían mi vida; me dicen cuándo debo sembrar, trasplantar o podar; cuándo puedo salir a navegar; cuándo está buena la pesca o la cosecha.

Entendí como dicen los nativos americanos que todo tiene un espíritu y que todos hacemos parte del Gran espíritu; que estamos todos interrelacionados en un equilibrio precario que algunos se empeñan en desbalancear desconociendo que todos SOMOS ARTE y PARTE DEL TODO, todos somos UNO, y el tejido que nos une es el amor. Es la gran red rejilla crística [1] a la que todos debíamos estar conectados..

«Amaos los unos a los otros» Los grandes maestros y las religiones de todos los tiempos nos lo han repetido una y otra vez. Pero el mensaje ha sido manipulado por hombres grises que siempre han querido tomar las riendas del rebaño, con la culpa y el miedo, con la envidia y la venganza, con la competencia, con la sed de poder y de consumo para engrandecer el ego; con la trampa gratificante del dinero y las cosas materiales.

Hay que volver al centro. Ahí donde reside nuestro maestro interior, nuestra divinidad que nos conecta con el Todo, con los elementos, con los animales y las plantas, con el cosmos; con toda la información y la luz.

Todo más sencillo de lo que parece, más fácil de lo que nunca nos atrevimos a soñar.

Se trata solo de escuchar el corazón y perseverar en el sueño personal con el que todos venimos a este mundo.

¿Salto?

Mucho llovió, mucho leí, mucho escribí, mucho disfruté, mucho me equivoqué, mucho aprendí, mucho soñé, mucho sembré, mucho amé, mucho crecí; mucha fue la cosecha.

También tengo que contar que el camino no es siempre llano y lleno de rosas. Encontré baches y tropiezos; tuve que pasar por pruebas difíciles que lejos de ahuyentarme me dieron más valor y me hicieron más fuerte.

Viví las experiencias más bonitas y maravillosas con muchos de los seres que habitan este bosque y este océano. Sentí el milagro de la vida, la MAGIA de estar despierto, de disfrutar cada segundo, CONSCIENTE de cada instante, viviendo el aquí y ahora. El presente continuo, sincronizando mi vida con el pulso de la tierra, con la energía del sol.

Y fue entonces cuando la Madre me habló.

Estábamos en el fuego sagrado que se enciende casi todas las noches en el jardín; yo estaba dando las gracias por tantas bendiciones cuando escuché la que ahora sería mi misión.

Yo había sanado y conectado ya; ahora era el momento de abrir las puertas y ayudar a sanar a todo el que con humildad y amor llegase con el propósito: limpiar, descargar, despertar, hacer consciencia, conectar.

Primero fue un sueño en el que me indicaban dónde construir una Maloka de ceremonias. Desperté y busqué un machete para abrir el espacio.

Después todo se fue dando por arte de magia; las medidas, los materiales, los amigos que me ayudaron a hacerla; el águila que aferrada a su rama no nos quitaba el ojo; las mariposas grandes azules que no dejaban de sobrevolarnos. Ella se hizo sola y los que ayudamos estábamos llenos de amor, de colaboración, de alegría; se hizo cantando música-medicina, a ritmo de tambor.

La maloka «morphus» marcó la nueva era de «Choiba». Se convirtió en una antena. De pronto, sanadores, chamanes , yoguis, canalizadores se sintieron atraídos.

Y así empezaron a llegar a casa en mitad de «nowhere» maestros, libros, música , películas , documentales e información; gente bonita que anda por el mismo camino.

Después de todo me faltaba aún reconciliar con la humanidad, y fue una sorpresa para mi ver cuánta gente maravillosa e interesante hay; cuánta gente trabajando en la sanación de la TIERRA MADRE.

Sorprendente también fue cómo toda la información, cómo todo lo sucedido en mi vida, todo lo aprendido, todo lo estudiado en el silencio, se organizó.

La cosmología andina, la sabiduría de tribus ancestrales (toltecas, queros, lakotas…) desde el norte hasta el sur, las meditaciones y filosofías de oriente a occidente; la información que a través de la tradición oral de indígenas Emberá y la cultura negra de esta región recibí sobre plantas y creencias. De pronto, todo encajaba, todo cobró sentido en un gran puzzle. Cada pieza iba encontrando su lugar, para revelarme la esencia del ser humano, de la tierra y de los planetas.

Entendí que vinimos a esta vida a evolucionar en la dualidad; a aprender a amar, a servir, a compartir, a cumplir con una misión: transformar la frecuencia planetaria y alinearla con la luz.

Como dice mi amigo Kai, canalizador muy comprometido con la madre, maestro en conexión cetácea «es momento de recordar el propósito por el cual estamos aquí y poner en marcha ese recuerdo, activando nuestra memoria cósmica, somos hermosos seres de luz, es tiempo de que todos nos sumemos a este llamado respondiendo al compromiso de servicio que tenemos para la madre Tierra y el plan divino, reconectándonos con la naturaleza, honrando la Madre Tierra , sus elementos y seres que la habitan, recuperando nuestra memoria cósmica para dejar a un lado nuestro egoísmo y nuestras pequeñas vidas y comenzar a ocuparnos del bienestar colectivo desde la conciencia de unidad.».

Hoy no me cambio por nadie. Me siento tan bien en mi piel; me encanta el ritmo sin tiempo que mi vida ha adquirido. Cada día me despierto dando las gracias por la bendición de estar aquí.

Abro los ojos y aun me sorprendo por toda la magia que me rodea; el mar extendido ante mí; los sonidos de la mañana, de los seres que cantan para celebrar el nuevo día; los sabios gigantes verdes que me abrazan desde el jardín, la selva que me rodea y protege y el calor de mi pareja.

Cada atardecer desde la hamaca en meditación solar, doy las gracias por todos los regalos y sorpresas que me trajo el día; cada día más en paz, más tranquila, completamente segura de que todo (en principio) es perfecto; la naturaleza, el planeta , el universo.

Cada día sé más quién soy; me siento más yo, tratando siempre de equilibrar mi mente con mi corazón; corazón que todos tenemos y olvidamos escuchar.

No tengo ninguna rutina. Casi nunca sé lo que voy a hacer mañana; como cuando tengo hambre, descanso y trabajo cuando se me antoja, hago todo con amor cuando el tiempo y las condiciones están dadas; no precipito nada; dejo que todo llegue. No busco, solo escucho y veo las señales, sigo mis presentimientos.

No juzgo.

Tampoco sé qué es el aburrimiento; y es que siempre hay tanto que hacer; el jardín, la huerta, la carpintería, la fontanería, nadar, navegar , bucear, pasear por el bosque, bañarse en cascadas y ríos, jugar con las olas, leer, escribir o simplemente no-hacer; contemplar, meditar.

Desde hace un par de años empecé a recibir gente. Realmente no necesito nada. O casi nada.

Así que no fue por dinero ni aburrimiento, menos por necesidad de ver gente. Fue tan solo que entendí que tenía una tarea de servicio que hacer en esta vida; el universo no me había regalado este lugar para mí sola; es un lugar de sanación, de esos que el ser humano tanto necesita en estos tiempos de separatividad y desarmonía.

Y ha sido muy gratificante sumergir a los seres en el milagro de la vida; ver esas expresiones atónitas de emoción en sus rostros cuando los llevo a ver ballenas, a oírlas respirar y cantar; su expresión de sorpresa y felicidad cuando en el bosque ven animales, flores e insectos que ni sabían que existían; verlos superar sus miedos, sus angustias, sus afanes; ver cómo van aflojando las tensiones, sentirlos relajarse; verlos quitarse la máscara y el escudo y atreverse a SER.

Ha sido gratificante ofrecer un espacio-tiempo de vida donde puedan acallar la mente y sentir desde el corazón, para encontrarse a sí mismos y replantearse todo; hacer consciencia, despertar al SER que anda sonámbulo para que sea lo que debería ser: HUMANO

Vienen personas de todas las edades y procedencias, buscando el contacto con el verde, buscando su camino perdido, apenas pre-sentido, tratando de encontrarse a sí mismas.

Para mí es una dicha poderlos introducir en este mundo y ofrecerles experiencias nuevas para los cinco sentidos, experiencias inolvidables que yo también disfruto.

A pesar de que ha llovido tanto desde que desembarqué en esta orilla, no dejo yo también de asombrarme y llenarme de emoción cada vez que tengo un encuentro con ballenas y delfines, o como el que tuve con Alex (uno de esos angelitos que vienen de visita y quedan haciendo parte de la familia Choiba) hace menos de un mes. Salimos a bucear y nada más descender unos metros nos encontramos con un tiburón ballena de casi 10 metros; esperándonos majestuoso, divino. Todo era magia alrededor; las burbujas, la luz del sol que penetraba el mar desde arriba, un banco de jureles grandes nadaban alrededor, miles de ojos de peces que parecían pertenecer a un solo cuerpo nos daban vuelta en una columna gigante; los corales que bailaban en el fondo. Allá abajo todo tiene otra velocidad, todo se mueve lento; es como sentirse inmerso en un sueño: no se siente la gravedad; es lo más parecido a volar. La respiración se ralentiza, los movimientos se vuelven suaves.

El tiburón-ballena, que no es ni tiburón ni ballena, se sintió curioso con nosotros en su primera vuelta y se nos acercó; siguió su ronda para buscarnos de nuevo; entonces lo acariciamos e hicimos contacto visual; le pedimos permiso para cogerle de la aleta y nos llevó de paseo; nos subió, nos bajó; todo con una docilidad extrema mientras lo acariciábamos…
Fue una experiencia alucinante, absolutamente emocionante e inesperada; lo sentimos como un regalo de los dioses, un sueño del que me costó despertar hasta mucho después de salir del agua.

Cada vez que cerraba los ojos volvía a la profundidad del mar, a esa majestuosa presencia.

Después de tanta reticencia y tantas defensas montadas a lo largo de los años en cuanto a recibir gente en Choiba, esto se ha convertido en el mejor trabajo. Me encanta y me lo paso genial, todo el que llega ha pasado todos los filtros, todos los obstáculos, y es bienvenido y atendido con amor.

Desde que desembarcan en esta orilla empieza una nueva amistad y siempre dejan algo de su presencia en el lugar y se llevan al CHOCÓ en su corazón. Queda la impronta de un sueño en su mente, de un sueño que se puede hacer realidad. Muchos vuelven, nos escriben nos envían regalos, mandan amigos; se vuelven parte de la familia Choiba .

Nos llamamos Choiba porque cuatro gigantes árboles de esa especie, en los cuatro puntos cardinales, son los guardianes del lugar. Además de cuidarnos, cubren con un manto morado el prado cuando florecen, y nos regalan una deliciosa nuez que nos alimenta a nosotros y a una gran cantidad de seres del bosque, invitándolos a la fiesta-festín en el jardín.

Y es así que ya llevo más de la mitad de mi vida aquí en este mundo aparte. Aquí termine de crecer y aquí quisiera quedarme siempre. No siento que me esté perdiendo nada del mundo que corre afuera; no se me ha perdido nada en la ciudad.

A veces es bueno salir una vez al año a abrazar a la familia, comer cosas ricas, beber vino, comunicarse con los amigos, navegar y buscar películas, documentales, música, información en Internet pero nunca más de un mes. En las urbes me ahogo sin la brisa del mar, me reseco sin la humedad del bosque, me entristece ver a tanta gente enferma, dormida, sin saber para dónde van, en carreras frenéticas, esclavos del reloj, produciendo y produciendo para consumir y consumir; estresados, frustrados en un anhelar que no encuentra jamás su saciedad definitiva, un girar eternamente en la rueda de la necesidad y en la ilusión de satisfacerla… Entre sus altos edificios de concreto gris, en sus calles congestionadas de miedo, desconfianza, inseguridad , resignación, solo respiro agresividad, intolerancia; mucha contaminación. Es difícil sentir la alegría de respirar cuando el aire esta tan viciado.

No le encuentro sentido a la vida cuando uno no es dueño de sí; cuando uno no puede disponer de su tiempo y disfrutar cada día el milagro de un nuevo amanecer.

En la ciudad casi todo dejó de ser sagrado.

Como bien dice William Ospina, gran pensador y ensayista colombiano en un pequeño libro brillante titulado «Es tarde para el hombre», hablando del naufragio de la metrópolis : «hay tanto culto por la materia que no va quedando espacio para el espíritu, ya hay tanta información que escasea el espacio para el conocimiento y sin embargo tanto conocimiento que no quedó espacio para la sabiduría. Con tanta prisa olvidamos a dónde íbamos; con tanto trabajo, olvidamos que trabajamos para mejor vivir; con tanto consumo olvidamos que era importante ser algo y ser alguien; con tanta pasividad y tanto espectáculo olvidamos que fue la capacidad de crear la que nos hizo humanos.»

«¿Que le queda al hombre en este milenio que no sea encontrar el genuino sentido de lo sagrado y lo bello?»

Sí, hay que volver a la vida, hacer de cada momento de nuestro día un ritual; agradecer cada instante de luz y de sombra, compartir, hacerle fiesta a la existencia, aprender a amar y respetar todo lo que nos rodea (vegetal, animal, mineral); volver al amor como un estado de Ser, compartir y cuidar a la Madre Tierra como los hijos que somos; vestirnos de luz..

Atreverse a soñar.

A volar sin miedo a caer.

Recordar, re-descubrir, re-crear EL ARTE DE VIVIR.

SER libre de Ser

ESTAR aquí y ahora, consciente, despierto.

SENTIRSE humano, hijo de las estrellas.

Que así sea.

 

[1] Más información en el sitio: www.quantumholloforms.com

 

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