Para conmemorar el 500 aniversario del libro Utopia de Tomás Moro invitamos a la antropóloga Margarita Serje, a la socióloga Jane Hindley y a la crítica literaria y cultural Erna von der
Walde a una residencia en la Base Chocó. El siguiente texto de Erna von der Walde aborda varios temas alrededor del libro
Utopía, en sus dimensiones literarias, flosófcas y políticas.

 

Por Erna Von Der Walde

1. UN TEXTO DE UMBRAL

Utopía de Tomás Moro se publicó por primera vez en 1516, veinticuatro años después del así llamado descubrimiento del Nuevo Mundo, un momento que marca el comienzo del capitalismo y de la expansión imperial europea. En ese sentido, puede verse como un texto de umbral, escrito en un momento de novedad, confusión y cambios radicales.

Moro era un católico devoto y un humanista. Su obra tenía el doble propósito de presentar una crítica mordaz a las condiciones políticas de su tiempo y una proyección de una sociedad ideal, para lo cual se valió de fuentes clásicas, como La república de Platón, y de los relatos de viaje contemporáneos de exploradores, especialmente del Nuevo Mundo. Tal como se indica en la obra misma, los viajes de Américo Vespucio sirvieron de fuente y de inspiración, y algunos comentaristas actuales han indicado que es posible que algunas de las características de la sociedad ideal que propone Moro provengan de las observaciones etnográfcas de Vespucio.

Utopía es un texto que combina el giro humanista hacia la Antigüedad clásica con la imaginación que despertaron los nuevos descubrimientos geográfcos y proyecta una sociedad ideal que se instala a la vez en el imaginario medieval del paraíso perdido y en el imaginario moderno emergente que concibe la posibilidad de cambio y transformación por medio de la acción humana.

Tomás Moro se valió de estos recursos para crear una obra compleja en la que se presenta una sociedad ideal que es a la vez deseable e indeseable, en la que se discute la necesidad que tiene el rey de recibir sabios consejos y la futilidad de intentar hacerle llegar al rey esos consejos, en la que se postula la importancia de establecer las causas de la miseria y la penuria de la población como la tarea central del pensador, del flósofo, del intelectual.

 

2. (DIS)LOCACIONES

La Utopía de Moro introduce una serie de temas que se han convertido en principios fundamentales del pensamiento radical moderno, tales como la crítica a la propiedad privada y a las formas tiránicas de gobierno, así como la visión de que un orden social justo y equitativo es la mejor garantía de bienestar para el mayor número de personas.

Sin embargo, muchos aspectos de la isla de Utopía son bastante perturbadores. Tomemos por caso la insularidad de su ubicación, su falta de contacto con otros pueblos, que es lo que le permite mantener ese orden perfecto. O el hecho de que no puede aumentar el número de habitantes; y si ese número se excede, hay que expulsar el sobrante. O la noción de que los extranjeros que deseen vivir en la isla deben prestar servicio como esclavos por un tiempo. Una posible interpretación de esto es que Moro también introduce una advertencia contra los paraísos terrenales.

Pero si asumimos que para Moro esta sociedad era casi perfecta en todos los sentidos, solo le faltaba un aspecto: la verdadera religión. Como católico devoto, en un momento histórico en el que están surgiendo fuertes cuestionamientos a la Iglesia católica, Moro incluye en su Utopía una argumentación a favor de la evangelización de los nuevos mundos que los europeos están “descubriendo” con el fn de incorporarlos al mundo católico.

En este sentido, la obra de Moro tiene una gran afnidad con otro texto escrito en 1515-16: el Memorial de remedios para las Indias de Fray Bartolomé de las Casas, un texto que por una serie de circunstancias llegó a manos del círculo de amigos del autor de Utopía en Flandes.

De Las Casas había pasado varios años en las Indias, en donde había sido testigo de la violencia que ejercían los españoles contra la población nativa. En 1515, regresó a España para solicitar una audiencia con el rey con el fn de presentarle un memorial para poner remedio a la situación. Tuvo audiencia con el rey Fernando para el 24 de diciembre de ese año y se planeó una segunda, que no tuvo lugar porque el rey enfermó y falleció poco después. Carlos V, heredero a la Corona, vivía en Flandes y De Las Casas planeó un viaje para entregarle el memorial, pero en lugar de ir a ver al rey obtuvo audiencia con los regentes de Carlos, el Cardenal Cisneros y Adriano de Utrecht, que ya se encontraban en Madrid. Ellos se encargaron de que el documento le llegara al rey, quien para ese entonces ya había nombrado a Erasmo como su consejero. Es imposible establecer si Moro leyó el texto de De Las Casas, pero defnitivamente el memorial circuló entre algunos miembros del círculo de amigos.

El objetivo principal en el texto de De Las Casas era establecer un método pacífco para controlar a las poblaciones indígenas hostiles en las posesiones de la Corona. Expresaba su repudio a los métodos violentos de los conquistadores, e incluso a la noción misma de conquista, la cual consideraba contraria al verdadero propósito de la presencia española en las Indias; a saber: la de ganar las almas de los nativos para la fe católica. En 1517, Carlos V lo nombró protector de los indios y se le concedió permiso para aplicar en las Américas algunos de los métodos que había propuesto.

A diferencia de Moro, quien era un flósofo y un hombre de la corte, De Las Casas pudo poner en práctica sus proyecciones “utópicas”. En 1518, comenzó a implementar el primer proyecto, que consistía en transportar campesinos españoles a las islas del Caribe. La idea era adjudicarles indígenas como siervos para que los españoles a su vez los civilizaran y evangelizaran, pero no consiguió reclutar sufcientes familias dispuestas a enfrentar las incertidumbres de estas distantes e ignotas tierras. El segundo proyecto, la creación de una comunidad ideal en Cumaná, Venezuela, una concesión de 1522, fracasó totalmente. El tercer intento, en Antigua, Guatemala, se inició en 1537 y fue más exitoso. De Las Casas contaba con el apoyo de unos frailes que ya se habían asentado en la región y utilizó las redes comerciales nativas para atraer a los indígenas rebeldes.

En términos generales, el así llamado Nuevo Mundo fue un campo de experimentación social y de destrucción de las formas de organización existentes. Esta operación supuso el reasentamiento de las poblaciones, su sometimiento o esclavización y una transformación radical de los paisajes para acomodarlos a los modos de producción introducidos por los europeos. Asi mismo, implicó la erradicación de lenguas y culturas, de cosmogonías y tradiciones.

Pero tal vez nada representa más claramente la forma como se transformó el espacio para crear un nuevo orden social que las ciudades fundadas por los españoles. Estas ciudades se trazaron con un diseño racional, implementado idénticamente en todos los lugares, desatendiendo plenamente la topografía del lugar y las formas locales de existencia. Este modelo impuso una nueva forma de control y administración, una nueva religión y una nueva jerarquía. Aquí en la tierra como en el cielo.

En últimas, la imaginación europea en los albores de la modernidad ideó mundos mejores, sociedades perfeccionadas, que con frecuencia intentaron implementar en ese Nuevo Mundo que concibieron como abierto a sus intervenciones, a sus imposiciones violentas. Estos proyectos, inevitablemente, reflejaron y reprodujeron la lógica del mundo que supuestamente querían perfeccionar, esa sociedad europea que criticaban y cuestionaban. Hoy en día, vemos este tipo de proyecciones en las ideas de progreso y desarrollo. Al fn y al cabo, para De Las Casas, los indígenas merecían su protección no por lo que eran, sino para garantizar que dejaran de serlo: solo como sujetos del rey y almas a ser redimidas para la fe se les reconocía su humanidad. Así como se espera que las poblaciones que son objeto del desarrollo dejen de ser lo que son para convertirse en que deberían ser según la proyección que han hecho otros.

Lo que no cuestionan, ni el texto de Moro ni el de De Las Casas, es el derecho que se arrogan las sociedades europeas de imponer sus creencias a estas poblaciones, aunque De Las Casas reconoce su derecho a defenderse de la imposición violenta. Por su parte, Utopía no puede leerse únicamente desde la dimensión colonial, aun cuando de muchas maneras la atraviesa. La complejidad de su estructura, la ambivalencia entre el tratado flosófco y la sátira política, las críticas a la Inglaterra de su tiempo, son cualidades que la transportan a otro plano.

 

 

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