Alison Turnbull fue invitada a visitar la Base Chocó en febrero de 2016 para investigar polillas y mariposas, hacer un nuevo grupo de dibujos y pasar tiempo aislada, lejos de su estudio de Londres. Recibió una Beca de viaje de Joanna Drew, que también le permitió viajar a Bogotá y Medellín, donde conoció a entomólogos de la Universidad Nacional. En agosto de 2017 Alison regresará a Chocó con Blanca Huertas, curadora de mariposas en el Museo de Historia Natural de Londres, para desarrollar un proyecto colaborativo basado en las polillas y mariposas de la selva tropical.

 

La zona de la Soledad

Por Alison Turnbull

 

La ciudad

El plano de la ciudad es una rejilla ordenada. Sin embargo, la rejilla es tan fluida, tan maleable y tan sujeta a distorsiones que permite interrupciones en diagonal y callejones sin salida; permite errar el camino y perderse enteramente.

En la zona de la Soledad –un barrio en el corazón de la ciudad en el que el orden y el desbarajuste se superponen–, las casas datan de mediados del siglo veinte. Comparten muchas características con la arquitectura modernista europea: tejados planos, muros de concreto, ventanas con marcos metálicos. Pero han sido hábilmente adaptadas a su hábitat, en el que los grafiti se disputan el espacio con los mosaicos decorativos. Por todas partes, se ven rejas de hierro forjado que cubren las ventanas, las puertas de entrada y los jardines en una proliferación de rejillas, de formas circulares y romboides. Estas formas no son solo ornamentales; las han colocado para ahuyentar a los ladrones. La forma está subordinada a la función. A la vez, a nada se asemeja tanto el trazado blanco del hierro forjado como a las delicadas marcas sobre el ala de una mariposa, que también tienen la función de alejar a los intrusos.

La selva

He viajado a la selva para pasar un tiempo sola y también para encontrar polillas y mariposas. En el jardín de la base, en el borde de la selva, dibujo en papeles a rayas y cuadriculados que compré en la ciudad. Trabajo sobre una mesa de madera a la que le han recortado las patas para que quede perfectamente nivelada sobre el piso inclinado; es un poco como estar en un barco. La humedad del aire hace que el papel se ondule y se distorsionen las rejillas. Mis intentos de orden, los círculos y líneas de colores que dibujo nítidamente, solo sirven para resaltar la impredecible vastedad de la selva que se extiende a mis espaldas, llena de ruidos verdes y de verde oscuridad.

Las polillas llegan en las noches en las que el viento y la lluvia no las espantan de la trampa de luz improvisada y por las tardes se ve a lo largo de la playa una corriente constante de golondrinas migrando hacia el sur. Por todo el jardín hay mariposas: las conocidas como heliconias y pavos reales, las párides y diamantinas. En la selva, son más esquivas y más difíciles de detectar. Un día se me escapó de la red una enorme morfo azul y se posó sobre una hoja de plátano. Mantenía las alas tercamente cerradas, guardando celosamente su iridiscente interior azul. Las marcas en las alas me recuerdan las casas en la zona de la Soledad y me pregunto qué vidas y qué intimidades resguardan.

El museo

Cuando vuelvo a Londres visito la colección de lepidópteros en el Museo de Historia Natural. En un ambiente con temperaturas controladas, los especímenes de mariposas -¡millones de ellos!- pulcramente clavados con alfileres en apretadas filas llenan las gavetas de madera que se guardan en gabinetes grises de metal. Han sido colectadas por naturalistas y exploradores, que las cazan y clasifican la belleza de lugares distantes para apropiársela. Busco las especies que he visto en el jardín y en la selva al otro lado del mundo. Como en la selva y en la ciudad, es fácil perderse, aquí también, en esta red taxonómica de tribus, géneros, especies y familias.

Los alfileres con los que se fijan las mariposas en su lugar llevan etiquetas que detallan la proveniencia y la fecha de cada espécimen; sin esta información, la colección tendría poco valor científico. A medida que encuentro muestras de las especies que busco, surge un patrón interesante. Las especies que vi en el jardín han sido coleccionadas en distintos lugares del Neo-trópico. Las que vi en la selva han sido todas recogidas en un solo lugar: son endémicas de la misma selva que yo acababa de visitar, a orillas del Océano Pacífico. Es aquí, en el museo, a miles de kilómetros de distancia, que comienzo a entender que estas criaturas bellas y vulnerables son unos robustos bio-indicadores y a darme cuenta de cuán especial y único es su hábitat selvático.
Mis agradecimientos a Klidier Josué González y Osneyder Valoy Palacio en Bogotá, a Andrés Cáceres y Jorge Gil González en Guachalito y a Simon Elvins y Blanca Huertas en Londres.

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